sábado, 5 de marzo de 2011

Artículos de Opinión 2

DOÑA CONCHA
El arte me ha proporcionado siempre las más profundas emociones en la vida. Una película, una canción, un pintura, un poema, una escultura, un templo, una fotografía, Concha Velasco dirigida por Pou en La vida por delante

Con la crisis había dejado de frecuentar los teatros, asumiendo la consabida pérdida de ilusión, pero el destino –y mi hermano, que me regaló la entrada para Reyes- quiso que no perdiera la oportunidad de volver a sentirme henchida de felicidad, porque cuando se unen tres grandes solo puede obtenerse algo colosal. El autor de La vida por delante, Romain Gary, me emocionó intensamente hace unos años con su novela La promesa del alba. José Mª Pou me ha fascinado desde el primer momento en que le vi actuar, y no olvidaré jamás Amic/Amat de Ventura Pons, al que también debo agradecer muchos momentos de éxtasis. Concha Velasco…
El arte está lleno de magia y espíritus. Disfrutar del arte teatral de la mano de una actriz a la que admiro tanto y tanto me ha hecho disfrutar, verla trabajar sobre un escenario del que me separan unos metros, coincidir con ella en el tiempo y el espacio..., es una experiencia inolvidable. Además era mi primera vez con Concha en el teatro. He crecido disfrutando de su trabajo gracias a la televisión, y envidio a los muchos de su generación -la de mis padres- que siguieron su carrera desde el principio. A lo largo de estos años, a través de sus personajes, Concha me ha llegado como un ser vivaz, enérgico, luchador, positivo, inteligente, valiente. Aunque sea arriesgado, uno imagina que en los personajes hay algo del actor y viceversa.
Y así iba yo expectante, desde la Puerta del Sol hasta el Teatro de la Latina, atravesando la plaza Mayor, por ver a Concha Velasco actuar para mí –los demás no iban a existir, salvo el espectador de delante que no dejaría de moverse constantemente de un lado a otro. Siempre ocurre. La culpa original la tiene el de la primera fila, imagino-. Después se suceden los rituales: te rompen la entrada al acceder al teatro –te desvirgan en cada función-, esperas al acomodador para obtener aquello que reparte -y que ahora me mira con los ojos brillantísimos de Concha desde una de las repisas de mi dormitorio-, te levantas tantas veces como sean necesarias para permitir que los demás accedan a su butaca. Una de las veces mis gafas resbalan, caen bajo la butaca de delante, se produce un cierto interés, que agradezco, a mi derecha por saber qué me ha pasado. Después, el aviso, las luces se apagan, la obra comienza y ella aparece. Y entonces vuelvo a sentir lo mismo por Concha y sus personajes; veo a una Concha valiente y leal con su vocación, una Concha desnuda que flota por encima de la hipocresía social, por encima de injusticias y mediocridades, y se entrega. A pesar de la historia agridulce, de los dramas humanos, la emoción trastoca la vida y la vuelve perfecta. El retorno desde la plaza de la Cebada hasta la Puerta del Sol es el nocturno e invernal paseo por un Madrid que encuentro más hermoso. La obra no ha terminado, aún permanecerá semanas en mi cabeza.
Contaban en televisión hace unas semanas -no sé si es verdad- que doña Concha durante una entrevista, después de reconocer alguna debilidad sentimental, preguntaba al entrevistador: «¿A que doy pena?». La frase me emociona. No, doña Concha, al contrario, no hay nada que, a mis ojos, engrandezca más a una diosa que saber de ella que a veces ama y suplica.

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