Antepasados

(...)
Telémaco- ¡Tu corazón es demasiado cruel, madre, demasiado injusto! ¿Por qué permaneces apartada de mi padre? (...) ¿Puede haber un corazón de mujer tan insensible que no le permita acercarse a su esposo cuando éste, al cabo de veinte años de calamidades y desdichas, vuelve a su patria? (...)
   Penélope, la más prudente de las mujeres repuso:
Penélope- ¡Hijo mío! (...) Si verdaderamente es Ulises que entra en su casa, nos reconoceremos sin trabajo el uno al otro, pues hay entre nosostros señales secretas que los demás ignoran.
   Al oír esto, el paciente y divino Ulises sonrió, y en seguida dijo a Telémaco estas aladas palabras:
Ulises- ¡Deja, Telémaco, a tu madre, que todavía quiere ponerme a prueba en mi palacio!
(...)


La Odisea, Homero

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(...)
   Y una vez oí decir a alguien mientras leía de un libro, de Anaxágoras, según dijo, que es la mente lo que pone todo en orden y la causa de todas las cosas. (...) Pensé que, si esto era así, la mente ordenadora ordenaría y colocaría todas y cada una de las cosas allí donde mejor estuvieran. Así, pues, si alguno quería encontrar la causa de cada cosa, según la cual nace, perece o existe, debía encontrar sobre ello esto: cómo es mejor para ella ser, padecer o realizar lo que fuere. (...) Haciéndome, pues, con deleite estos cálculos, pensé que había encontrado en Anaxágoras a un maestro de la causa de los seres de acuerdo con mi deseo, (...)
Mas mi maravillosa esperanza, oh compañero, la abandoné una vez que, avanzando en la lectura, vi que mi hombre no usaba para nada la mente, ni le imputaba ninguna causa en lo referente a la ordenación de las cosas, sino que las causas las asignaba al aire, al éter y a otras muchas cosas extrañas. Me pareció que le ocurría algo sumamente parecido a alguien que dijera que Sócrates todo lo que hace lo hace con la mente y, acto seguido, al intentar enumerar las causas de cada uno de los actos que realizo, dijera en primer lugar que estoy aquí sentado porque mi cuerpo se compone de huesos y tendones; (...) E igualmente con respecto a mi conversación con vosotros, os expusiera otras causas análogas imputándolo a la voz, al aire, al oído y a otras mil cosas de esta índole, y descuidándose de decir las verdaderas causas, a saber, que puesto que a los atenienses les ha parecido lo mejor el condenarme, por esta razón a mí también me ha parecido lo mejor el estar aquí sentado, y lo más justo el someterme, quedándome aquí, a la pena que ordenen. (...)


Fedón, Platón

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(...)
¡Mio Çid Ruy Díaz     de Dios aya su graçia!
Ido es a Castiella     Álvar Fáñez Minaya,
treínta cavallos     al rrey los enpresentava,
Violos el rrey,     fermoso sonrisaba:
"¿Quin' los dio éstos,     sí vos vala Dios, Minaya?"
"Mio Çid Ruy Díaz,     que en buen ora cinxo espada.
"Vençió dos rreyes de moros     en aquesta batalla;
"sobeiana es, señor,     la su gana[n]çia.
"A vós, rrey ondrado,     enbía esta presentaia;
"bésavos los pies     e las manos amas
"quel' ay[a]des merçed,     sí el Criador vos vala."
(...)


Poema de Mio Cid

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El mi corazón, madre,
robado me le hane.


El alba se venía
-las aves lo mostraban-;
con los rayos de Febo
los campos se doraban;
dorábanse, madre.
Robado me le hane.


Con los rayos de Febo
los campos se doraban;
en un pradico verde
tres doncellas estaban;
estaban, mi madre.
Robado me le hane.


En un pradico verde
tres doncellas estaban
vestidas de esperanza
y a ninguno la daban;
dábanla, mi madre.
Robado me le hane.


Vestidas de esperanza,
y a ninguno la daban.
Con gargantas suaves
este cantar cantaban:


El mi corazón, madre,
robado me le hane.

Cancionero tradicional

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Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oídas ni vistas vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite. Y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena. Mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. (...)

La vida de Lazarillo de Tormes

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ENXIEMPLO LI (...)

(...)
-Patronio, muchos homes me dicen que una de las cosas por que el home se puede ganar con Dios es por ser homildoso; otros me dicen que los homildosos son menospreciados de las otras gentes et que son tenidos por homes de poco esfuerzo et de pequeño corazón, et que el gran señor que le cumple et le aprovecha ser soberbio. Et porque yo sé que ningún home non entiende mejor que vos lo que debe facer el grand señor, ruégovos que me consejedes cuál de estas cosas me es mejor o que yo debo más facer.
-Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, para que vos entendades qué es en esto lo mejor et vos más cumple de facer, mucho me placería si sopiésedes lo que conteció a un rey cristiano que era muy poderoso et muy soberbioso.

El conde Lucanor, Don Juan Manuel

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25 Nec vero dubitat agricola, quamvis sit senex, quarenti cui serat respondere: <<Dis immortalibus, qui me non accipere modo haec a maioribus voluerunt, sed etiam posteris prodere.>>

25. Pero el agricultor no duda, a pesar de su vejez, en responder al que le pregunta para quién siembra:
<<Para los dioses inmortales, quienes no sólo quisieron que recibiera esto de mis mayores, sino también que aprovechase a la posteridad.>>

De la vejez, Marco Tulio Cicerón

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   Todas las ciencias, todas las artes, tienen un bien por fin; y el primero de los bienes debe ser el fin supremo de la más alta de todas las ciencias; y esta ciencia es la política. El bien en política es la justicia; en otros términos, la utilidad general.

La política, Aristóteles

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   La luz, ante cuyo esplendor la noche huía, había ya mudado el color azul oscuro del octavo cielo en azul celeste, y comenzaban a abrirse las flores en los prados, cuando Emilia, levantándose, hizo llamar a sus compañeras y a los jóvenes. Acudieron y, siguiendo los lentos pasos de la reina, fueron hasta un bosquecillo no muy lejano del palacio. Y encontrándose por allí vieron a los corzos, ciervos y otros animales que, libres de cazadores por la peste, los esperaban como si estuviesen domesticados; y ellos, acercándose ora a uno y ora a otro, haciéndolos correr o saltar, por algún tiempo así se solazaban. Pero ya se levantaba el sol y a todos les pareció conveniente regresar. Todos iban engalanados con hojas de encina y con las manos llenas de hierbas olorosas y flores, (...)

El Decamerón, Giovanni Boccaccio

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  Del mundo me quejo, porque en sí me crió; porque no me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi quejosa e desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera buena! ¡Oh mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida e amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste, cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste, triste y solo, in hac lachrimarum valle?

La Celestina, Fernando de Rojas

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ROMANCE DEL PRISIONERO

Por el mes era de mayo,    cuando hace la calor,
cuando canta la calandria     y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados     van a servir al amor,
sino yo, triste, cuitado,     que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día     ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla    que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,     ¡dele Dios mal galardón!

Romancero Viejo

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ROMANCE DEL CONDE ARNALDOS

   ¡Quién hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano
la caza iba a cazar;
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la ejarcia de un cendal;
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan nel hondo,
arriba los hace andar;
las aves que andan volando,
nes mástel las faz posar.
Allí fabló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
- Por Dios te ruego, marinero,
dígasme ora ese cantar.
   Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
- Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va.

Romancero Viejo

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Aquí comiença el primero libro del esforçado y virtuoso cavallero Amadís, hijo del rey Perión de Gaula y de la reina Helisena, el cual fue corregido y emendado por el honrado y virtuoso cavallero Garci-Rodríguez de Montalvo, regidor de la noble villa de Medina del Campo, y corregióle de los antiguos originales que estavan corruptos y mal compuestos en antiguo estilo, por falta de los diferentes y malos escriptores, quitando muchas palabras superfluas y poniendo otras de más polido y elegante estilo tocantes a la cavallería y actos della.

Amadís de Gaula

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(...)

Yo tem la mort per no ser-vos absent,
per què Amor per mort és anul-lats;
mas yo no creu que mon voler sobrats
pusqua ésser per tal departiment.
Yo só gelós de vostr'escàs voler,
que, yo morint, no meta mi'n oblit;
sol est pensar me tol del mon delit
-car nos vivint, no creu se pusqua fer-:

aprés ma mort, d'amar perdau poder,
e sia tots en ira convertit,
e, yo forçat d'aquest món ser exit,
tot lo meu mal serà vós no veher.
(...)

Ausiàs March (poesía medieval en catalán)

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No sabía por qué
el blanco es el color del desdichado
hasta que el tiempo me vistió,
cuando perdí la juventud,
el manto blanco y raído de las canas.
Entonces comprendí
cuánta razón tiene quien encuentra adecuado
vestir de blanco por los amigos ausentes.

Abu Zayd Ibn Satir As-saraqusti (poesía medieval en árabe de la península Ibérica)

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Medicina hay en su rostro y en el perfil de sus labios.
   Muerte hay en sus ojos y bajo su ropa.
Yo sonrío cuando ella quiere, ella ríe cuando yo me enfado.
   Su querer me alegra, mi enfado la alegra.
Como si yo pusiera al corzo junto a ella para enojarla,
   e injustamente lo considerara su enemigo.

Samuel ibn Nagrella ha-Nagid (poesía medieval en hebreo de la península Ibérica)

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Qué faré, mamma?
Meu al-habib est ád yana.

Madre mía, ¿qué haré?
Mi amigo está en la puerta

Yosef ibn Saddiq (poesía medieval en mozárabe. Jarchas)

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A Bonaval quer'eu, mha senhor, hir
e, des quand'eu ora de vós partir
   os meus olhos, non dormiran.

Hir-m'ei, pero m'é grave de fazer
e, des quand'eu ora de vós tolher
   os meus olhos, non dormiran.

Todavia ben será de provar
de m'ir; mais, des quand'eu de vos quitar
   os meus olhos, non dormiran.

Bernal de Bonaval (poesía medieval en galaico-portugués)

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¡Ay Dios, e quán fermosa viene doña Endrina por la plaça!
¡Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garça!
¡Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buenandança!
Con saetas de amor fiere quando los sus ojos alça.

Libro de buen amor, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (poesía medieval en castellano)

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Soneto XIX

Lexos de vós e cerca de cuidado,
pobre de gozo e rico de tristeza,
fallido de reposo e abastado
de mortal pena, congoxa e graveza;
   desnudo de esperança e abrigado
de inmensa cuita, he visto aspereza.
La vida me fuye, mal mi grado,
e muerte me persigue sin pereza.
   Nin son bastantes a satisfazer
la sed ardiente de mi gran desseo
Tajo al presente, nin me socorrer
   la enferma Guadiana, nin lo creo;
sólo Guadalquivir tiene poder
de me guarir, e sólo aquél desseo.

Íñigo López de Mendoza. Marqués de Santillana (poesía medieval en castellano)

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Antígona.- No padezcas por mí y endereza tu propio destino.


Antígona, Sófocles

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  -Amigos, los esclavos son personas como nosotros, que han mamado la misma leche, aunque la fortuna no los haya tratado cariñosamente. Quiero que pronto y en vida mía sean libres. En una palabra, en mi testamento los manumito a todos. Dejo, además, a Filargirio una finca; a Carrión, una manzana de casas y una cama completa. A Fortunata la instituyo heredera universal y la recomiendo a todos mis amigos. Y si por adelantado doy publicidad a estas mis últimas voluntades, lo hago para que todas las personas de mi casa me quieran como si ya estuviese muerto. (...)
   Volviéndose luego hacia Habinas, le dijo:
  -¿Qué te parece, carísimo amigo? Dime: ¿construyes mi sarcófago según las instrucciones que te di? Pon, sobre todo, la figura de mi perrita a los pies de mi estatua, y coronas y jarros de esencias, y los combates en que he estado, para que deba a la destreza de tu cincel la gloria de vivir después de mi muerte. Quiero, además, que el terreno en que me sepulten tenga cien pies de largo a la vía pública y doscientos al campo, porque han de plantarse alrededor de mi sepultura todo género de árboles frutales, y viñas sobre todo. (...) Lo primero que deseo es que graben la siguiente inscripción: "Mi heredero no tiene derecho alguno a este monumento."

El satiricón, Petronio

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