...hasta el final

All was silence. Nobody seemed yet to be stirring in the house. She looked at it there sleeping in the early sunlight with its windows green and blue with the reflected leaves. The faint thought she was thinking of Mrs. Ramsay seemed in consonance with this quiet house; this smoke; this fine early morning air. Faint and unreal, it was amazingly pure and exciting. She hoped nobody would open the window or come out the house, but that she might be left alone to go on thinking, to go on painting.


Todo era silencio. Nadie se movía en la casa. La contempló, ahí, dormida, en la luz temprana, con el reflejo verde y azul de las hojas en las vidrieras. El leve recuerdo que dedicaba a mistress Ramsay estaba en consonancia con esta casa tranquila, este humo, y esta fina brisa matinal. Todo era sutil e impalpable, pero de una gran fuerza de incitación. Abrigó la esperanza de que no abriría nadie una ventana, ni saldría de la casa, y la dejarían sola para poder seguir pensando y pintando.

Al faro
Virginia Woolf

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Incapacitado para aplaudir en tales condiciones, me dejé caer en mi asiento, mudo, inmóvil, tembloroso, aniquilado, con los ojos fijos en la figura del artista quien, de pie en medio del escenario, respondía a las aclamaciones del público con saludos distraídos, casi desdeñosos, pareciendo buscar de tanto en tanto, con miradas cargadas de una ardiente ternura, mis propios ojos, los míos sólo. ¿Cómo podría describirle mi alegría? ¿Era posible que entre toda aquella multitud me hubiera escogido a mí sólo, que me amara?


Teleny, Oscar Wilde

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I never saw a man who looked
      Which such a wistful eye
Upon that little tent of blue
      Which prisoners call the sky,
And at every wandering cloud that trailed
      Its ravelled fleeces by.

Jamás vi a un hombre que mirara
      con ojos tan llenos de anhelo
esa pequeña carpa azul
      que los prisioneros llaman cielo,
y a cada nube errante que remolcaba
      sus vellones deshilados.

La balada de la cárcel de Reading, Oscar Wilde

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Nada de lo acontecido durante aquellos años lamentables se ha esfumado de este cerebro destinado al dolor o a la desesperación. Tengo presente cada matiz ahogado de tu voz, cada gesto y cada movimiento nervioso de tus manos, cada una de tus amargas palabras, de tus venenosas frases. Recuerdo la calle o el río a lo largo del cual andábamos; el muro o el bosque que nos rodeaba; el punto de la esfera en que se hallaban las agujas del reloj, la dirección del viento y la forma y el color de la luna.

De profundis, Oscar Wilde

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 - Has matado mi amor -murmuró.


El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde

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  Entonces el ruiseñor se ciñó más contra la espina, y esta llegó, por fin, al corazón, siendo entonces sacudido aquel por un terrible espasmo de dolor. Cuanto más penetrante era el dolor, tanto más vivo era su canto, porque cantaba el amor al que la muerte hace perfecto, el amor que no fenece en la tumba.

El ruiseñor y la rosa, Oscar Wilde

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J'ai commencé ma vie comme je la finirai sans doute: au milieu des livres.

He comenzado mi vida como sin duda la terminaré: rodeado de libros.


Le mots, Jean-Paul Sartre

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   Pero Sir Leopold dejó pasar inadertidas sus palabras porque todavía estaba compadeciéndose del aterrador chillido de las penetrantes mujeres en su parto y estaba recordando a su buena lady Marion que le había dado un solo hijo varón que en su undécimo día de vida había muerto y ningún hombre del arte lo pudo salvar tan triste es el destino. Y ella estuvo singularmente apesadumbrada del corazón por ese desgraciado suceso y para su entierro lo colocó en un hermoso corselete de lana de cordero, la flor de la majada, por miedo de que pereciera completamente y yaciera helado (porque era entonces a mediados del invierno) y ahora sir Leopold que no tenía de su cuerpo un hijo varón por heredero consideró al que era el hijo de su amigo y entró en cerrada congoja por su perdida felicidad y tan triste como estaba de que le faltara un hijo de tan gentil coraje (porque lo tenía por dotado de grandes virtudes) se lamentó aún en no menor medida por el joven Stephen porque él vivía tan desenfrenadamente con esos desperdicios y asesinaba sus bienes con prostitutas.


Ulises, James Joyce

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Vers cinq heures, le jour se leva, une aube fraîche, d'une limpidité pure. Malgré le petit froid vif, elle ouvrit la fenêtre toute grande, et la délicieuse matinée entra dans la chambre lugubre, pleine d'une fumée et d'une odeur de mort. Le soleil était encore sous l'horizon, derrière une colline couronnée d'arbres; mais il parut, vermeil, ruisselant sur les pentes, inondant les chemins creux, dans la gaieté vivante de la terre, à chaque printemps nouveau.


La Bête humaine, Émile Zola

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   Al llegar aquí estábamos ya en el baile de máscaras; sentí un golpe ligero en una de mis mejillas. ¡Asmodeo!, grité. Profunda oscuridad; silencio de nuevo en torno mío. ¡Asmodeo!, quise gritar de nuevo; despiértame empero el esfuerzo. Llena aún mi fantasía de mi nocturno viaje, abro los ojos, y todos los trajes apiñados, todos los países me rodean en breve espacio; un chino, un marinero, un abate, un indio, un ruso, un griego, un romano, un escocés... ¡Cielos! ¿Qué es esto? ¿Ha sonado ya la trompeta final? ¿Se han congregado ya los hombres de todas las épocas y de todas las zonas de la tierra, a la voz del Omnipotente, en el valle de Josafat...? Poco a poco vuelvo en mí, y asustando a un turco y una monja entre quienes estoy, exclamo con toda la filosofía de un hombre que no ha cenado, e imitando las expresiones de Asmodeo, que aún suenan en mis oídos: El mundo todo es máscaras: todo el año es carnaval.


El mundo todo es máscaras. Todo el año es Carnaval, Mariano José de Larra

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   Ellénore y yo disimulábamos uno con el otro. Ella no se atrevía a confiarme sus penas, resultado de un sacrificio que yo no le había pedido. Yo había aceptado ese sacrificio; no me atrevía a quejarme de una desgracia que ya había previsto sin tener la fuerza de resistirme. Callábamos ambos, pues, sobre el único pensamiento que continuamente nos preocupaba. Nos prodigábamos caricias, hablábamos de amor, pero hablábamos de amor por miedo a hablar de otra cosa.
  En cuanto existe un secreto entre dos corazones que se aman, en cuanto uno de ellos ha podido resignarse a esconder al otro una sola idea, ya está roto el encanto y destruida la felicidad. La cólera, la injusticia y la misma distracción pueden repararse; pero el disimulo introduce en el amor un elemento extraño, que lo desnaturaliza y marchita ante sus propios ojos.


Adolphe, Benjamin Constant

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   Wagner- ¡Dios mío! El arte es cosa muy larga para ser aprendida, ¡y nuestra existencia es tan corta! A menudo en mis investigaciones críticas siento turbado mi corazón. ¡Cuántas dificultades hay que superar para llegar a saber la manera de remontarse a los orígenes de las cosas! Y cuando llegamos tan sólo a la mitad de nuestras investigaciones, bien puede suceder que, siendo como somos unos pobres diablos, tengamos un pie metido en el sepulcro.
  Fausto- ¿Es acaso un pergamino el manantial en donde nuestra alma debe apagar para siempre su devoradora sed? No esperéis alcanzar la gracia del consuelo, si ésta no es hija de los manantiales de vuestro propio corazón.
  Wagner- ¡Permitid que os diga que a pesar de todo, causa una satisfacción inmensa el poderse transportar, a fuerza de raciocinio, a épocas antiguas y ver cómo pensaron los sabios de aquel tiempo y poder observar luego los adelantos que ha hecho la ciencia posteriormente!


Fausto, Goethe

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   Settembrini tendió entonces la mano hacia él, inclinando la cabeza a un lado y cerrando los ojos; gesto que le servía para interrumpir con dulzura y rogar que se le continuara escuchando. Se mantuvo durante algunos segundos en esta posición y permaneció así algún tiempo después cuando Hans Castorp, un poco cohibido, se hubo callado. Finalmente el italiano abrió sus ojos negros -los ojos de organillero- y habló:
   -Permítame, permítame, ingeniero, que le diga, e insisto sobre este punto, que la única manera sana y noble, y también (y digo esto expresamente) y también la única manera religiosa de considerar una muerte consiste en encontrarla y en experimentarla como una parte, como un complemento, como una condición sagrada de la vida y no (lo que sería lo contrario de la salud, de la nobleza, de la razón y del sentimiento religioso) en separarla de ella, en hacerla un argumento contra ello. Los antiguos decoraban sus sarcófagos con símbolos de la vida y de la fecundidad, (...) Aquellos hombres sabían honrar a la muerte. La muerte es digna de respeto, como la cuna de la Vida, como el seno de la renovación. Pero opuesta a la vida y separada de ella se convierte en un fantasma, en una máscara o en una cosa peor todavía, pues la muerte tomada como una potencia espiritual independiente es muy depravada; su atractivo perverso es indudablemente muy fuerte, y sería sin duda el más espantoso extravío del espíritu humano querer simpatizar con ella.


La montaña mágica, Thomas Mann

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   El ataúd era de encina, y se pusieron a desatornillar la tabla superior que hacía de tapa. La humedad de la tierra había oxidado los tornillos y el ataúd logró ser abierto tras muchos esfuerzos. Un olor infecto exhaló de él, pese a las plantas aromáticas de que estaba sembrado.
  -¡Oh, Dios mío, Dios mío!, murmuró Armando, y palideció más aún.
   Los mismos sepultureros retrocedieron.
   Una gran mortaja blanca cubría el cadáver, cuyas sinuosidades dibujaba. Aquella mortaja estaba comida casi por completo por uno de los extremos, y dejaba ver el pie de la muerta.
   Yo estaba a punto de marearme, y, ahora que escribo estas líneas, el recuerdo de la escena se me aparece aún en su imponente realidad.
  -Démonos prisa, dijo el comisario.
   Entonces uno de los dos hombres extendió la mano, se puso a descoser la mortaja y cogiéndola por el extremo descubrió bruscamente el rostro de Margarita.
   Era horrible de ver, es horrible de contar.
   Los ojos no eran más que dos agujeros, los labios habían desaparecido y los dientes blancos estaban apretados unos contra otros. Los largos cabellos negros y secos estaban pegados a las sienes y ocultaban algo las cavidades verdes de las mejillas; y, sin embargo, en aquel rostro yo reconocía el rostro blanco, rosa y jovial que tan a menudo había visto.
   Sin poder apartar su mirada de aquella figura, Armando se había llevado su pañuelo a la boca y lo mordía.


La dama de las camelias,  Alejandro Dumas (hijo)

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   Uno de los motivos de la decadencia de las artes en España es, sin duda, la repugnancia que tiene todo hijo a seguir la carrera de sus padres.

Cartas marruecas, José Cadalso

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Entonces habló otra vez el rodaballo. Modestamente y sin aprovechar apenas el éxito de los peritajes, se refirió a su pequeña participación en el proceso de toma de conciencia emancipatoria de la joven novicia, luego monja cocinera y más tarde abadesa Margareta Rusch. Trazó un retrato de Greta la Gorda en el que subrayó la comicidad de sus actuaciones. Anécdotas frívolas se mezclaban con escenas grotescas: de cómo obligó al predicador Hegge, cuando éste hizo una llamamiento a la iconoclastia, a comerse todo un San Nicolás de tamaño natural, que había modelado expresivamente en pasta de pan y rellenado de salchichas; de cómo Greta la Gorda había forzado a la colgante minina del patricio Ferber a adoptar una actitud airosa, formando con gulden de plata y taler de Brabante, a modo de ejemplo, torres verticales; de cómo, cuando había quemado hasta los cimientos el convento de Oliva, hizo asar en las cenizas conventuales tortitas para la plebe; de cómo la gorda Greta, cabalgando sobre una cerda para entrar en el campamento del rey Batory, desplumaba gansos. Y otras historias...

El rodaballo, Günter Grass

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   La antigua pintura al óleo, al correr del tiempo, en ocasiones pasa a ser transparente. Cuando esto sucede, es posible, en algunos cuadros, ver los trazos originales: aparecerá un árbol a través del vestido de una mujer, un niño abre paso a un perro, un barco grande ya no se ve en un mar abierto. A esto se le llama <<pentimento>> porque el pintor se <<arrepintió>>, cambió de idea. Quizá también sería correcto decir que la primitiva concepción, reemplazada por una preferencia posterior, es una manera de ver y luego ver una vez más.
   Esto es cuanto quiero decir respecto a la gente en este libro. Ahora la pintura ha envejecido... y he querido ver lo que ella fue para mí una vez, lo que es para mí ahora.

Pentimento (novela llevada al cine con el título Julia), Lillian Hellmann

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BALANCE DETALLADO DE AQUELLA NOCHE DE AMOR

Veinte cigarrillos <<turdisch>> aromáticos.-
Seis vasos de menta con agua.-
Cuatro píldoras <<Peck>> (recomendadas por eminentes especialistas para combatir la debilidad).-
Cuarto de kilo de frutas escarchadas.-
Once gotas de éter.-
Un ponche de seis yemas.-
Doce ampollas de cafeína.-
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Total logrado: Siete horas de amor entusiasta

Amanecía. La <<Caja>> del amor seguía abierta.
Pero Zambombo se declaró definitivamente en suspensión de pagos.

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-¡Quiero descansar, Sylvi! No puedo más -dijo tirándole un mordisco de rabia a un cojín.

Amor se escribe sin «H», Enrique Jardiel Poncela

http://cvc.cervantes.es/actcult/jardiel/default.htm


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                   Rayo de luz hasta el fondo, explicadas las largas ausencias de mi padre, sus contratas por provincias (siguiendo a la Nardi, ahora lo sé), el inútil retorno de mi madre en su busca, a última hora porque sólo vino a morir, eso sí lo sabía yo, aquel domingo 23 de septiembre, el incendio del Teatro Novedades, me dejó huérfano, mi padre tocando en la orquesta, mi madre entre los espectadores sin que él lo supiera, ahora completo el suceso, casi cuarenta años después, la Nardi en el escenario, mi madre a sorprenderles, quizás a armar el escándalo, hasta puede que tía Chelo le sugiriese la idea, era muy capaz, pero el fuego no dio tiempo, el fuego amigo de Flora, enemigo de Chelo, el infierno, las alusiones de mi tía a la justicia divina, grotescas, pues me contó Flora que la Nardi se salvó, vivió más años, casada en Barcelona con un fabricante, se escribieron hasta su muerte, nunca olvidó a mi padre, su gran amor.

Octubre, Octubre, José Luis Sampedro

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(...) La ocurrencia de visitar a Jacinto también había surgido en la conversación de La Tabla Redonda, arrojada a la mesa no se sabe por quién, y no era mala. Lo difícil era encontar un embajador imparcial y elocuente que se ofreciese, porque ninguno de los presentes se sentía capaz de dirigir la palabra al Viejo de la Montaña sin recordar los agravios inferidos a la ciudad y, sobre todo, a sus antiguos partidarios. A don Acisclo le llegó el rumor a través de la rejilla del confesionario, cosa que tenía prohibida a su clientela, no fuera que cualquier noticia del dominio público le sujetase al secreto de confesión sólo por el modo de enterarse: y como ésta era importante, obligó a la penitente a que esperase en la iglesia y a que se lo contase de nuevo fuera del confesionario, con lo que él quedaba exento de secreto.

La saga/fuga de J.B., Gonzalo Torrente Ballester

http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/torrente/default.htm


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HELMER. ¡Puedo escribirte, Nora?
NORA. ¡No, jamás! Te lo prohíbo.

Casa de muñecas, Henrik Ibsen

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   En el hospital no tardó en propagarse el rumor de que el doctor Andrei Efímich había empezado a visitar la sala número seis. Nadie, ni el practicante, ni Nikita, ni las enfermeras, podía comprender qué era lo que le llevaba, por qué pasaba allí las horas muertas, de qué hablaba y por qué no recetaba nada.

La sala número seis (Narraciones), Anton P. Chejov

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   Una vez escribí en los espacios vacíos de una guía de ferrocarriles los nombres de los que, aquel verano, acudieron a casa de Gatsby. Ahora es ya una guía atrasada, desconchada por todos lados, en la que se lee: <<Este horario tiene efecto a partir del día 5 de julio de 1922>>; no obstante, quedan bien claros los grises nombres que, más expresivamente que mis generalizaciones, pueden dar idea de quienes aceptaron la hospitalidad de Gatsby, pagándole el sutil tributo de no saber absolutamente nada de su persona.

El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald

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Serían las once de la mañana cuando los dos jóvenes, dejando la pirámide de Sextio a la derecha, se plantaron con su cabriolé descubierto en las grandes losas de la vía Apia, por las que habían pasado dos mil años sin lograr alterarlas.
Como es sabido, la vía Apia, era en la Roma de César lo que los Campos Elíseos, el bosque de Boulogne y las colinas Chaumont son en el París de Haussmann.
En los hermosos tiempos de la Antigüedad se la denominaba la gran Apia, la reina de las vías, el camino del Elíseo; era el punto de encuentro en la vida y en la muerte de cuanto había de rico, de noble y de elegante en la ciudad por excelencia.
Le daban sombra árboles de toda especie y, sobre todo, magníficos cipreses que sombreaban magníficas tumbas; otras vías, la vía Flaminia y la vía Latina tenían también sus sepulcros en la vía Apia. Entre los romanos, pueblo en el que el aprecio a la muerte estaba casi tan extendido como lo está en Inglaterra, y donde el furor por el suicidio fue, particularmente en los reinados de Tiberio, de Calígula y de Nerón, una auténtica epidemia, la preocupación por el lugar donde dormiría el cuerpo durante la eternidad era grande.

El caballero Hector de Sainte-Hermine, Alejandro Dumas (padre)

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   Catacumbas de París... Visitantes en fila india, avanzando, avanzando, haciendo crujir la arena bajo los pies. Con una llama temblorosa en la mano, que se apaga al llegar al final. En el fondo, es la imagen de lo humano, de la vida. Todos recibimos, al nacer, una vela de duración limitada. Mientras tanto, caminamos rodeados de muertos. A veces, con respeto; a veces, chanceándonos y simulando en las esquinas tener miedo. Viendo sin cesar inscripciones, signos, que no acertamos a interpretar. Teniendo muy cerca -sobre nuestras cabezas- una raya blanca trazada con cal -el destino- que va guiando nuestros pasos irremediablemente.

Los fantasmas de mi cerebro, José Mª Gironella

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Juntáronse a entretener a Lisis, hermoso milagro de la naturaleza, y prodigioso asombro desta Corte (a quien unas atrevidas cuartanas tenían rendidas sus hermosas prendas), la hermosa Lisarda, la discreta Matilde, la graciosa Nise y la sabia Filis, todas nobles y ricas, hermosas y amigas, una tarde de las cortas de Diciembre, cuando los hielos y terribles nieves dan causa a guardar las casas y gozar de los prevenidos braseros, que en competencia del mes de Julio, quieren hacer tiro a las cantimploras y lisonjear las damas, para que no echen de menos el Prado, el río y las demás holguras que en Madrid se usan. Pues como fuese tan cerca de Navidad, tiempo alegre y digno de solemnizarse con fiestas, juegos y burlas, habiendo gastado la tarde en honestos y regocijados coloquios, porque Lisis con la agradable conversación de sus amigas no sintiese el enfadoso mal, concertaron entre sí (pues el vivir todas juntas en una casa, aunque en distintos cuartos, cosa acostumbrada en la Corte, les facilitaba el verse a todas horas) un sarao, entretenimiento para la Nochebuena, y los demás días de Pascua, convidando para este efecto a don Juan, caballero mozo, galán, rico y bien entendido, primo de Nise y querido dueño de la voluntad de Lisis, y a quien pensaba ella entregar, en legítimo matrimonio, las hermosas prendas de que el cielo le había hecho gracia, si bien don Juan, aficionado a Lisarda, prima de Lisis, a quien deseaba para dueño, negaba a Lisis la justa correspondencia de su amor, sintiendo la hermosa dama el tener a los ojos la causa de sus celos, y haber de fingir agradable risa en el semblante, cuando el alma, llorando mortales sospechas, había dado motivo a su mal y ocasión a su tristeza; y más viendo que Lisarda, contenta como estimada, soberbia como querida, y falsa como competidora, en todas ocasiones llevaba la mejor de la amorosa competencia.

Novelas amorosas y ejemplares, María de Zayas

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   Estábamos en el andén de la estación de Oamaru esperando el tren de Picton. Todo el mundo lo sabía y nos miraba a papá, a Bruddie, a June y a mí con conmiseración. A un extremo del andén, junto a la puerta de mercancías y los aseos de hombres, esperaba el director de la funeraria con el furgón de espaldas al andén. El quiosco de libros y las cantinas estaban abiertos, esperando al expreso, y las camareras, puestas en fila detrás del mostrador, aguardaban la avalancha de pasajeros que entrarían en busca de empanadillas calientes, bocadillos, pasteles y refrescos.

Un ángel en mi mesa, Janet Frame

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