Ilusionista- (mirándole por primera vez de frente.) No somos nadie, hermano: usted, un catedrático sin cátedra; yo, un ilusionista sin ilusiones. Podemos tratarnos de tú.
Los árboles mueren de pie, Alejandro Casona
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Mi cara también me sorprendió, cuando, en una de las confortables habitaciones, equipadas con espejo, del antiguo hospital de las SS, la volví a ver por primera vez: yo recordaba otra cara distinta.
Sin destino, Imre Kertész
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Lucky (declama con monotonía): Dada la existencia tal como demuestran los recientes trabajos públicos de Poinçon y Wattmann de un Dios personal cuacuacuacuacuacua de barba blanca cuacua fuera del tiempo del espacio que desde lo alto de su divina apatía su divina atambía su divina afasía nos ama mucho con algunas ex- (Intensa atención de Estragón y Vladimir. Abatimiento y asco de Pozzo) cepciones no se sabe por qué pero eso llegará y sufre tanto como la divina Miranda con aquellos que son no se sabe por qué pero se tiene tiempo en el tormento en los fuegos cuyos fuegos las llamas a poco que duren todavía un poco y quien puede dudar incendiarán al fin las vigas a saber llevarán el infierno a las nubes tan azules por momentos aún hoy y tranquilas tan tranquilas con una tranquilidad que no por ser intermitente es menos bienvenida pero no anticipemos y considerando por otra parte que como consecuencia de las investigaciones inacabadas no anticipemos (...)
Esperando a Godot, Samuel Beckett
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Laura: Todos estaban sentados cuando yo entraba. Tenía que caminar delante de toda esa gente. Mi asiento estaba en la última fila. ¡Debía recorrer el pasillo ruidosamente, mientras todos me miraban!
El zoo de cristal, Tennessee Williams
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Anoche soñé que había vuelto a Manderley. Me encontraba ante la verja del parque, pero durante algunos momentos no pude entrar. La puerta estaba cerrada con candado y cadena. Llamé en sueños al guarda, pero nadie me contestó, y cuando miré detenidamente a través de los barrotes mohosos de la verja, vi que la caseta estaba abandonada.
No humeaba la chimenea y las ventanucas y sus celosías bostezaban en su abandono. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente dotada de una fuerza sobrenatural, y atravesé como un espíritu la barrera que me detenía.
Rebeca, Daphne du Maurier
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Kaa, la enorme serpiente pitón que vive en la Peña, acababa de mudar la piel, lo que acaso le había ocurrido ya doscientas veces desde su nacimiento, y Mowgli, que no olvidó nunca que le debía la vida, por lo mucho que trabajó una noche en las Moradas Frías (como tal vez recordaréis), fue a felicitarla. El mudar la piel pone siempre a una serpiente en un estado de irritabilidad y de depresión que dura hasta que la piel nueva empieza a mostrarse brillante y hermosa. No volvió Kaa a burlarse ya de Mowgli, sino que lo aceptó, del propio modo que hacían los demás del pueblo de la Selva, como amo y señor de esta, llevándole cuantas noticias era natural que oyese una serpiente pitón de su tamaño.
El libro de la Selva, Rudyard Kipling
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Una noche despertó sobresaltado con la mirada ansiosa, las aletas nasales husmeando temblorosas, la pelambre encrespada en olas sucesivas. De la selva llegaba la llamada (o una nota de las muchas melodías de la llamada), clara y definida como nunca: un prolongado aullido, semejante y sin embargo diferente al producido por cualquier perro esquimal. Y Buck reconoció, en su familiar carácter ancestral, un sonido que ya había oído antes. De un salto atravesó el campamento dormido y en silencio se internó en el bosque. Según se fue acercando aflojó el paso prestando atención a cada movimiento, hasta que llegó al borde de un claro entre los árboles y al mirar vio, erguido sobre las ancas, apuntando al cielo con el hocico, a un largo y escuálido lobo gris.
La llamada de la selva, Jack London
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MOBILIS IN MOBILE. n. ¡Móvil en el elemento móvil! Esta divisa se aplicaba con exactitud a este aparato submarino, a condición de traducir la preposición in por en y no por sobre. La letra N era sin duda la inicial del nombre del enigmático personaje al mando del submarino.
Veinte mil leguas de viaje submarino, Jules Verne
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La fraga de Cecebre. La fraga es un tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra; en sus cuevas se hunde, en sus cerros se eleva, en sus llanos se iguala. Es toda vida: una legua, dos leguas de vida entretejida, cardada, sin agujeros, como una manta fuerte y nueva, de tanto espesor como el que puede medirse desde lo hondo de la guarida del raposo hasta la punta del pino más alto. ¡Señor, si no veis más que vida en torno! Donde fijáis vuestra mirada divisáis ramas estremecidas, troncos recios, verdor; donde fijáis vuestro pie dobláis hierbas que después procuran reincorporarse con el apocado esfuerzo doloroso de hombrecillos desriñonados; donde llevéis vuestra presencia habrá un sobresalto más o menos perceptible de seres que huyen entre el follaje, de alimañas que se refugian en el tojal, de insectos que se deslizan entre vuestros zapatos, con la prisa de todas sus patitas entorpecidas por los obstáculos de aquella selva virgen que para ellos representan los musgos, las zarzas, los brezos, los helechos. El corazón de la tierra siente sobre sí este hervor y este abrigo, y se regocija.
El bosque animado, Wenceslao Fernández Flórez
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