En aquel mismo momento se abrió la puerta sin ruido y una joven entró en la habitación dirigiendo tímidas miradas a su alrededor. Su aparición produjo sorpresa general, y todos los ojos se dirigieron hacia ella con curiosidad. Raskolnikov no la conoció de momento. Era Sofía Semenovna Marmeladova. La había visto por primera vez el día anterior, pero en unas circunstancias y con un vestido que dejaron una imagen distinta en su memoria. Ahora se presentaba como una muchacha modesta, de modales correctos y reservados y fisonomía temerosa. Llevaba un trajecillo muy sencillo y un sombrero viejo y pasado de moda. De su porte de la víspera no había quedado nada en ella, excepto la sombrilla que conservaba en la mano. Al ver tantas personas, que no esperaba encontrar, su confusión fue extremada y hasta dio un paso para retirarse.
Crimen y castigo, Fiódor Dostoievski
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Y en tal estado de apacible meditación e insensibilidad, permaneció hasta que el reloj de la iglesia dio las tres de la madrugada. Todavía pudo vivir aquel comienzo del alba que despuntaba detrás de los cristales. Luego, a su pesar, su cabeza se hundió por completo, y su hocico exhaló débilmente el último aliento.
La metamorfosis, Franz Kafka
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Para emprender algo en la vida familiar es preciso que exista entre los cónyuges un completo acuerdo; una unión basada en el amor o una separación total. Cuando las relaciones entre los cónyuges son indefinidas y no existe ninguna de estas dos cosas, nada puede llevarse a cabo.
Muchos matrimonios pasan años enteros en un punto muerto, incómodo para ambos, sólo por no existir ninguna de las situaciones anteriores.
Así, tanto a Vronsky como a Ana les resultaba insoportable la vida de Moscú en aquella época de calor y polvo, cuando el sol no brillaba ya como en primavera y todos los árboles de los bulevares estaban cubiertos de hojas polvorientas.
Ana Karenina, Lev Nikoláievich Tolstói
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Por primera vez era consciente de los deberes que un creador tiene para con el ser que ha creado y comprendía que, antes que aborrecer sus perversas acciones, debía haber asegurado su felicidad. Estos pensamientos contribuyeron a modificar mi actitud para con él. Cruzamos el inmenso glaciar y escalamos las rocosas paredes del otro lado. El aire era helado. La lluvia volvía a caer. Entramos en su covacha, satisfecho el monstruo, sintiendo yo una opresión desconocida en el pecho, pero decidido a escucharle. Tomé asiento cerca del fuego que mi horrendo acompañante había encendido y, enseguida, el monstruo comenzó a contar su historia.
Frankenstein, Mary Shelley
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Aunque Kanesuké Noguchi llevaba la máscara de una encantadora muchacha, su voz no mostraba, por cierto, nada que pudiese evocar los encantos femeninos. El tono hacía recordar a dos metales herrumbrosos que fuesen frotados entre sí. Además, su recitación era a menudo interrumpida y su estilo de canto parecía hacer trizas la belleza de las palabras que estaba pronunciando. Sin embargo inspiraba un ánimo muy particular, como si las expresiones fuesen resultado de una neblina oscura y supremamente elegante; como si evocaran un rayo de luna que brillase en un rincón de cierto ruinoso palacio en el que la luz solar pusiese de manifiesto un mueble incrustado de madreperlas: como si la luz atravesase una pantalla carcomida de bambú y, al hacerlo, enfatizara la elegancia de los fragmentos que iluminaba.
Caballos desbocados, Yukio Mishima
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Siempre aquella voz distraída. "Se matará", pensó Kyo. Había escuchado bastante a su padre para saber que el que busca tan ásperamente lo absoluto no lo encuentra más que en la sensación. Sed de absoluto, sed de inmortalidad, por consiguiente, miedo a morir. Chen debiera haber sido cobarde; pero comprendía, como todo místico, que su absoluto no podía ser apresado más que en el instante. De ahí, sin duda, su desdén hacia todo lo que no tendiese al instante que le uniese a sí mismo en una posición vertiginosa. De aquella forma humana, que Kyo no veía siquiera, emanaba una fuerza ciega que la dominaba, la informe materia de que se hace la fatalidad. Aquel camarada, entonces silencioso, perdido en sus familiares visiones de espanto, tenía algo de loco, pero también algo de sagrado -lo que siempre tiene de sagrado la presencia de lo inhumano-. Quizá no matase a Chiang sino para matarse a sí mismo. Procurando volver a ver en la oscuridad aquel semblante agudo de bondadosos labios, Kyo sentía temblar en sí mismo la angustia primordial, la que lanzaba a Chen, a la vez, hacia los pulpos del sueño y hacia la muerte.
La condición humana, André Malraux
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Pues viene veces que estas ansias y lágrimas y sospiros y los grandes ímpetus que quedan dichos (...), andándose ansí esta alma, abrasándose en sí misma, acaece muchas veces por un pensamiento muy ligero, u por una palabra que oye de que se tarda el morir, venir de otra parte (...) un golpe, u como si viniese una saeta de fuego; no digo que es saeta, mas cualquier cosa que sea, se ve claro que no podía proceder de nuestro natural; tampoco es golpe, anque digo golpe; más agudamente hiere, y no es adonde se sienten acá las penas, a mi parecer, sino en lo muy hondo y íntimo del alma, adonde este rayo, que de presto pasa todo cuanto halla de esta tierra de nuestro natural y lo deja hecho polvos, que por el tiempo que dura es imposible tener memoria de cosa de nuestro ser, porque en un punto ata las potencias, de manera que no quedan con ninguna libertad para cosa, sino para las que le han de hacer acrecentar este dolor.
Las moradas, Santa Teresa de Jesús
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(...) Por primera vez en la historia vivimos en una sociedad toda ella permeada por una cultura igualitaria, cuyas ideologías y doctrinas más diversas afirman y proclaman la igualdad como principio moral y político colectivo. Por doquier se exige su puesta en vigor por todos los medios posibles. La pasión por la igualdad parece más fuerte que el anhelo de libertad.
Ensayos civiles, Salvador Giner
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(...), entramos en otra medersa muy pequeña que me sobrecogió: la medersa Al Chahadbajtiya. Al ver la dificultad que tenía en pronunciar esta palabra, Yemael me dijo con benevolencia que todo el mundo la conoce por Masyid Cheij Maruf Firdaus. Esta medersa cuyo nombre vulgar le parecía al guía mucho más fácil de pronunciar, no aparece en las guías y no es probable que pudiera encontrarla por mis propios medios aunque recuerdo que estaba por la parte sur en el zoco. Al Darb, no lejos de la gran mezquita.
Viaje a la luz del Cham, Rosa Regàs
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Y ya completamente despabilada debajo de la ducha, las palabras provisionales del diario de la Mansfield, desnudas de retórica como los quejidos de un enfermo, me vuelven a traer su añoranza de infinito, su rebeldía inexpresable e inútil. Todo lo diferido se va pudriendo, ella lo sabe, se desespera de saberlo, de no tener tiempo para dejar en el mundo algo parecido a una huella; y esta noche en el sueño lo que ha hecho ha sido pasarme la antorcha de esa inquietud candente. <<No le deis de comer>>, claro, ahora me acuerdo, se desdobla en otra que le manda escribir y desatender las coartadas de la inercia. <<Una de las K. M. está triste -escribe-. Pues dejadla. No le deis de comer>>. Ésa era la clave: No dar pasto al desánimo.
Nubosidad variable, Carmen Martín Gaite
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Pastor-
Enojado estoy,
mas la gran clemencia
de mi mayoral
dice que aunque vuelvan,
si antes fueron blancas,
al rebaño negras,
que les dé mis brazos,
y sin extrañeza
requiebros les diga
y palabras tiernas.
El condenado por desconfiado, Tirso de Molina
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(...)
Vicente- (Se levanta, rojo.) ¡Me sujetaban!
Mario- ¡Te empujaban!
(...)
El tragaluz, Antonio Buero Vallejo
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Javier. No se ve nada... sombras... De un momento a otro parece que el bosque puede animarse..., soldados..., disparos de fusiles y gritería..., muertos, seis muertos desfigurados, cosidos a bayonetazos..., es horrible... No, no es nada... Es la sombra del árbol que se mueve... Estas gafas ya no me sirven..., nunca podré hacerme otras... Esto se ha terminado. ¿Son pasos? Será Adolfo, que viene al relevo. Ya era hora. (Grita.) ¿Quién vive? (Nadie contesta. El eco en el bosque.) ¿Quién vive? (El eco. Javier monta el fusil y mira, nervioso.) No es nadie..., nadie... Me había parecido... Será el viento... No viene Adolfo. ¿Qué pasará? (...)
Escuadra hacia la muerte, Alfonso Sastre
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Septiembre de 1889
Te escribo esta carta poco a poco, durante las pausas que hago cuando me canso de pintar. El trabajo va bastante bien. Estoy luchando con una tela que comencé unos días antes de mi indisposición, un Segador. El estudio está hecho todo en amarillo, con empaste grueso, pero el tema era bonito y sencillo. Porque en este segador (una figura indefinida que, en medio del calor, lucha como un demonio para acabar su tarea) veo la imagen de la muerte, en el sentido de que el trigo que va segando podría ser la humanidad. (...)
Cartas a Theo, Vincent van Gogh
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El pensamiento se come sus propias palabras, y así crece.
Rabindranaz Tagore
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(...): los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearles odio y ejecutar por sí mismos aquellas que les reportan el favor de los súbditos.
El príncipe, Maquiavelo
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El Maestro de Té Sen no Rikyu (s. XVI), enseñó:
"Ser el invitado de alguien con el corazón de un anfitrión; ser el anfitrión de alguien con el corazón de un invitado... La negligencia del invitado se convierte en la negligencia del anfitrión. La negligencia del anfitrión se convierte en la negligencia del invitado". Es innecesario decir que la presencia de un insecto o algo similar en un plato, indica un grave error por parte del cocinero. Sin embargo, un invitado que deja comida en su plato porque tiene un bicho dentro carece de consideración.
Semillas Zen. Reflexiones de una monja Zen, Shundo Aoyama
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En un determinado momento, Tadesse me agarra de la mano. Pensaba que quería pedirme algo, pero él me ha cogido para impedir que me precipitase por un abismo. Porque he aquí lo que he visto: estaba de pie en un lugar desde el cual, abajo, se veía una iglesia excavada en la roca. La iglesia en cuestión es una mole de tres pisos recortada en el interior de una gran montaña. Y más adelante, en la misma montaña, e invisible desde el exterior, hay una segunda iglesia, y una tercera... Once iglesias enormes. Este prodigio arquitectónico lo construyó en el siglo XII el rey ahmara San Lalibela, y los ahmaras eran (y son) cristianos de rito oriental.
Ébano, Ryszard Kapuscinski
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Amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y a los hombres con los que te ha tocado en suerte vivir, ámalos, pero de verdad.
Meditaciones, Marco Aurelio
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