miércoles, 5 de enero de 2011

Miscelánea 2

Descubre, con manos temblorosas, la efigie de mi padre. Los brillantes difuminan vagamente el trabajo de los años. Todos aplauden en el desmesurado vestíbulo del Banco; ella me mira, un poco más dulce que cuando estamos solos. Aún se siente defraudada por mi fructífero afán de no heredar ninguno de los logros de mi padre; arrepentida de haber consentido que su ausencia se colmase con palabras ocultas en papel, viajeras en el tiempo, ajenas a su mundo y sus deseos. Desprecia mi dicha. Voluntariamente ignora las paredes frías que forjaron mis sueños. Si pudiera, al mirarme, me arrancaría las palabras.

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